HISTORIAS DEL PAIS DEL VIENTO
Relatos inéditos de la Patagonia.
INTRODUCCION
Sopla, vigoroso el viento del Oeste, sobre costas, valles y mesetas patagónicas. Bajo su influjo, todo cambia. Los organismos vivos se adaptan y transforman, se evapora el agua y erosionan suelos y rocas. Por milenios, el viento fue testigo de las vivencias que, para habitar estas tierras desoladas, enfrentaron hombres y mujeres en su intento por sobrevivir, enriquecerse o simplemente buscar una vida mejor. La Patagonia, distante y misteriosa, guarda mitos, leyendas e infinidad de historias. Escuchemos al viento.
Desde la Cordillera hasta el Atlántico, la deshabitada Patagonia despertó
interrogantes, admiración y codicia. Sus primitivos habitantes se adaptaron para sobrevivir, cada pueblo al ámbito elegido. Así medraron durante 15.000 años casi sin evolucionar. Se esperanzaron, maravillaron y sufrieron los primeros navegantes que desde Europa llegaron a sus costas a principios del siglo XVI. Intentaron fundar pueblos y fracasaron. Se enfrentaron a la sequía que imposibilitaba los cultivos, a la falta de agua para bebida, al frío invernal, la alta temperatura del verano y a su tremendo desconocimiento del arte de supervivencia en condiciones extremas. Así fue lógica la infinidad de tragedias ocurridas en mar y tierra por las cuales, recién 250 años después de instalarse los europeos sobre el río de la Plata, fue posible que prospere El Carmen sobre el río Negro, que diera origen a las actuales ciudades de Viedma y Patagones. Experiencias más australes fracasaron durante muchos años más.
Mientras se avanzaba con el reconocimiento geográfico del territorio, evaluando los recursos naturales, llegaron inmigrantes y aventureros de diversas partes del mundo. En variables contextos históricos, signados por acontecimientos que conmocionaron al mundo, oleadas de nuevos colonos y especuladores confluyeron en la región. Sobrevino la lucha por la apropiación de la tierra, el desplazamiento de los ocupantes originarios derrotados, generalmente por parte del hombre blanco pero también por otros pueblos aborígenes. El destino que tuvieron los vencidos es otro aspecto que merece mayor análisis, toda vez que la historia la escriben los vencedores y es necesario escarbar en “la otra historia”. Los desvelos y la pugna por hallar la mítica ciudad de los Césares y los yacimientos de oro cuya existencia comentaban los aborígenes que comerciaban con los colonos, arrastró a no pocos intrépidos expedicionarios en todas las direcciones.
Primero a pie, a caballo y en carros después, las rastrilladas originarias de los aborígenes se transformaron en tortuosos caminos de huella por los que desde 1930 circularon los primeros automóviles y camiones que permitieron acelerar el poblamiento de los campos dedicados a la cría de ovejas.
Todo ello configura un contexto histórico y geográfico en el cual, las historias inéditas que aquí volcamos, hallan un marco épico que es necesario aprender para conocer y entender la Patagonia, una región indómita y llena de grandes contrastes.
Temario propuesto:
- Poblamiento de la costa desde el mar y de la cordillera desde Chile. Historia del Chubut y Maria Bamberg de Brunswig.
- La misión (inspirado en el martirio de Gardiner) Un predicador muere de inanición y frío en el estrecho de Beagle. Hace aprox 250 años.
- La estancia del Rey: La península Valdés. Fuerte San José. Las intenciones de que el actual “patrimonio de la humanidad” fuera solo “de la corona”. Revistas patagonicas y la Historia del Chubut.
- Los viajes en barco de BsAs a la costa patagonica y viceversa. Los comienzos de José Menéndez. Otras empresas navieras (ver Mihanovich). La historia de la marina mercante. Los puertos patagonicos (revista patagonica). Cómo era el viaje en barco (Payró, Mini Thomas, Cartas de Oma, Maria Bamberg Brunswig, etc)
- Personajes del campo patagonico: El “poblador” y su familia, el “estanciero” y su gente (ver índice de Prototipos bonaerenses), los “troperos de carros”, el “linyera”, los “arrieros”, el “colectivero”, el “comprador de lana”, el “mercachifle”, el “jagüelero y molinero”, la “maestra rural”, la “estación de tren y el poblado” con su gente (ver índice de Prototipos bonaerenses).
- Los Aonikenk, pueblo de gigantes. Libro chileno, Leleque y apuntes de Rodolfo.
- Los Günuna-Küne, Tehuelches del Norte. Leleque y apuntes Rodolfo.
- Los Onas de Tierra del Fuego. Libro chileno y Tomás Bridges.
El refugio (8.000 años atrás, en la precordillera santacruceña)
Guor se retiró del fuego hacia un lado de la caverna y girando la cabeza hacia la claridad del naciente día que ingresaba por la boca de la caverna, miró hacia donde los pasos permitían identificar la llegada de otros integrantes del clan. Trabajosamente Han trepó los últimos metros y cargando sobre su atlética espalda los dos cuartos de un guanaco, ingresó en la abrigada vivienda. La muchacha lo acompañaba, siempre algunos pasos atrás, deslizándose sobre sus piernas largas y arqueadas. Las pieles que la cubrían por toda protección contra el frío viento invernal, le subieron por encima de las rodillas al flexionarlas para ingresar. Inmediatamente fue al encuentro del perro, que a los saltos, desbordante de felicidad, sacudiéndose de placer, había corrido a darle la bienvenida. La ira fue invadiendo el corpachón de Guor con tremenda intensidad, como una turba amenazadora.
Solo le quedaba ahora retirarse al sitio más apartado de la cueva que habitaban y quedarse allí, aislado voluntariamente hasta que las cosas volvieran a la normalidad.
No quería dejar su privilegiado lugar frente a la fogata central, le fastidiaba mudar su lecho de pieles y no soportaba tener que comer solo y distante. Han, con su peligrosa caridad, estaba a punto de deshacer la pacífica convivencia del grupo humano.
Eran 18 adultos y tres niños que con una estricta división de tareas y una rígida rutina que respetaban diariamente, habían ocupado esa protegida oquedad en la pared rocosa que flanqueaba el valle fluvial, disputándola a los grandes predadores. Allí instalaron su refugio. Hacia el oeste, los inmensos glaciares patagónicos derramaban lentamente sus blancos hielos. En el valle protegido, libre de nieve, pastaban grandes manadas de guanacos y abundantes avestruces. Pequeños tuco-tucos y zorrinos cavaban madrigueras bajo los coirones, perseguidos sin descanso por los zorros y los tigres y, desde su llegada, por los hombres. Los cazadores preferían los guanacos, muy codiciados por su abundante carne y por el integral aprovechamiento que de él realizaban. De los matorrales vecinos, las mujeres traían leña que encendían no sólo para calentar el abrigo, sino también para asar las presas de las cacerías.
La risa de la muchacha cruzó la caverna abalanzándose sobre él como la descarga de un rayo. Dio un salto y miró furioso a su alrededor. Las palabras que había dicho aquella mañana fueron inequívocas: “Si vuelves a traer esa chica a nuestro refugio, me voy. Puedes elegir: ella o yo”.
Han parecía haber escogido. Un dolor intenso se apoderó de la garganta de Guor. Era la primera vez en sus treinta y cinco inviernos…..Sintió una humedad repentina y abrasadora detrás de los ojos. Entonces se apaciguó, vencido por la ira. Todo lo contrario: no había escogido. Confiaba en su apego por el privilegiado lecho junto a la hoguera y por las mejores porciones de las presas capturadas. Era un gran cazador, pero se merecía una lección.
La risa de la chica volvió a taladrar su cabeza. Guor se contrajo. Volvía a ver su mirada de la noche anterior. Ella había invadido su espacio. Al despertar, la había encontrado junto a su lecho. El fuego central iluminaba claramente su maltrecha figura y su cara vuelta hacia él. Su rostro era grotesco: barbilla puntiaguda, mejillas prominentes y ojos felinos y vacíos. Se alzó de las pieles sobre las que yacía y tomando su lanza la obligó a retroceder encarándola como si fuera un gato peligroso. En silencio la obligó a retirarse y se paró junto al lecho del jefe para sacudir el dormido cuerpo de Han. La muchacha, con un ruido inarticulado, dio media vuelta y huyó fuera de la cueva.
Un momento después, Han estaba levantado con mirada aprensiva. La cara, de rasgos armoniosos, estaba reluciente por la grasa con que se untaban para proteger la piel del helado viento invernal, reblandecida por la cercanía de la reparadora fogata. Miró hacia la boca de la caverna por donde había desaparecido la chica. Guor quedó plantado allí, la lanza levantada ante él como si estuviera a punto de subyugar a otro animal.
- Intentó invadir mi espacio – dijo entre dientes bajando la lanza. Desperté y ella intentaba acercarse. Su voz se elevó indignada: - ¡No voy a soportar esto! ¡No lo soportaré ni un solo día más!-
Han se sentó sobre su lecho. Tenía un físico escultural a pesar de sus cuarenta inviernos. Su cabeza era fuerte y el largo pelo negro cubría los hombros.
- Te lo digo por última vez – siguió Guor -, no lo soportaré ni un solo día más. Había una característica muy evidente en todas las acciones de Han: con las mejores intenciones del mundo, convertía la virtud en una mofa, la perseguía con una intensidad tan sin sentido que todo aquel que se veía envuelto en esta persecución quedaba en ridículo y la misma virtud se convertía asimismo en algo ridículo.
- Ni un solo día más – repitió Guor.
Han sacudió la cabeza enfáticamente, los ojos todavía fijos en la boca de la cueva. Guor dejó la lanza en el suelo y se sentó: -¿No puedo hacerte comprender – rugió – que si no puede salvarse sola, tampoco tú puedes ayudarla?
Los ojos de Han, inalcanzables, adquirieron el negro profundo de la noche cerrada. – Es deforme y débil – murmuró.
- Está dominada por los malos espíritus – gruñó el iracundo. No busques explicaciones complicadas ni exceso de caridad. Nació defectuosa….Como otros nacen ciegos o mudos ¿Comprendes?
- Es que yo soy el jefe del clan y no puedo aceptar que una criatura desvalida sucumba en las fauces de las fieras -. Si fueras tú quien estaba indefenso y herido ¿cómo crees que iba a sentirme si no hubiera nadie que te ayudara? ¿Y si en lugar de ser un cazador fuerte y brillante, tuvieras defectos físicos como los que ella presenta?
Guor sintió un asco profundo e insoportable hacia sí mismo, como si se convirtiera lentamente en la maltrecha muchacha y graznó: - Nada. ¿Quieres sacarla de aquí?
.¿Cómo puedo echarla a la intemperie? Esta mañana ha vuelto a amenazarme con matarse. Está segura de que nadie la considera buena para nada.
- Llévala al bosque, donde la encontraste. Si un poder superior la protege, sobrevivirá.
- A ti no te abandonaría indefenso en el bosque Guor.
Él se levantó, tomó su lanza y huyó hacia su lecho antes de perder por completo el control de sí mismo.
Guor respetaba a Han porque era el jefe del clan y solamente reconociendo todos ellos ciegamente su liderazgo, lograban sobrevivir y prosperar. Pero había ocasiones en que le resultaban intolerables sus decisiones y entonces presentía a su alrededor unas fuerzas, unas corrientes invisibles, que se le escapaban. Han partía siempre de una consideración archisabida: era “bueno” hacerlo. Y llegaba a los más arriesgados compromisos con los espíritus del mal, a los que naturalmente nunca reconocía.
Guor no comprendía mucho cómo actuaban los espíritus del mal cuando ingresaban en un clan. Pero sin duda era por su accionar maléfico que muchos inviernos atrás habían muerto en esa misma caverna tantos hombres como pudieron comprobar por los huesos que, cubiertos por las cenizas de un cataclismo volcánico, encontraran al excavar el sitio adecuado para el fogón central. No habían muerto en condiciones normales ya que no estaban sepultados en la clásica posición flexionada ni estaban cubiertos con polvos ocres y rojos. También encontraron rudimentarios instrumentos de piedra afilada para cuerear y trozar las presas, puntas de lanzas de basalto toscamente trabajadas, cuchillos y raspadores de piedra de primitiva elaboración, leznas de hueso para perforar cueros y otros objetos pequeños. Sin duda aquellos “antiguos”, que no sabían fabricar puntas de flecha ni bolas semipulidas para la caza, habían sucumbido todos juntos por acción de espíritus y fuerzas inimaginables.
Tampoco habían dejado registros de su arte ni de su forma de rendir homenaje a la naturaleza de la cual se proveían. El clan al que pertenecían Han y Guor por su parte, en las rocas y cavernas donde se instalaban, en ocasiones por breves períodos, dejaban huellas de su arte rupestre decorándolos con esquemáticas e imaginativas pinturas en rojo, negro, amarillo o blanco. Manos, muchas manos, signo de creatividad inteligente y amorosa de los hombres, con los dedos abiertos, formando pueblos.A veces superponían escenas de caza. Seres humanos y animales ingenuamente representados, grecas, signos geométricos y motivos abstractos fruto del talento que desplegaban.
Guor temía a los espíritus malignos pero estaba lejos de oponerse a la virtud de preocuparse y tratar de ayudar a un semejante. Pero cuando la virtud se desbordaba, sentía la extraña sensación de que lo rondaban los demonios. Y no eran fruto de su imaginación, resultaban casi tangibles, eran criaturas con personalidad que en cualquier momento podían lanzar un aullido o avivar el fuego.
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Habían encontrado a la chica hacía dos meses, en medio del espeso bosque andino en el cual cazaban huemules. No supieron cómo había llegado allí, no les dio ninguna explicación aceptable. Pero estaba sola, hambrienta, indefensa y su tortuoso cuerpo permitía inferir que su presencia no habría sido tolerada en el clan del cual provenía. Las huellas delataban el acecho de las fieras. Tendría unos quince inviernos y Han se había compadecido brindándole protección, pensando que era “bueno” hacerlo. Brillaban agradecidos los ojos de la muchacha.
Guor le echó una rápida ojeada y detectó una mirada astuta y vivaz, difícil de relacionar con la desolada imagen de abandono que presentaba.
- Parece una chica sana – dijo Han.
- La gente sana no es deforme ni está abandonada.
- Cualquiera de nosotros puede hallarse en similar situación.
- No sabemos nada de ella. ¿Dónde está su tribu? ¿Porqué la abandonaron a su suerte?
- La llevaremos con nosotros.
Si en aquel momento Guor se hubiese mantenido firme, aún desafiando la autoridad del líder, posiblemente se habrían librado de la chica. Si su propio padre hubiera estado vivo, era seguro que se hubiera puesto firme en aquel momento; había sido el segundo jefe del clan y un accidente al caer de una cornisa durante una cacería, le había costado la vida. Aún después de muerto, sus apremiantes ordenes retumbaban en el cerebro de Guor cuando estaba presionado para tomar urgentes decisiones. Y le pareció que sería divertido demostrarle a Han que cometía un error. Muy pronto se daría cuenta y debería reconocer su acertada premonición.
Ahora estaba cavilando iracundo en el extremo más retirado de la caverna, las carcajadas de la chica estallándole en la cabeza, y maldijo el momento en que renunció a su derecho a oponerse.
Tan pronto ingresó al clan, Nami – tal era el nombre de la muchacha – fue instruida por las mujeres mayores acerca de los trabajos que serían de su responsabilidad. Recoger leña para que nunca falte y raspar los cueros de los animales presa de los cazadores, para eliminar restos de carne y grasa, paso previo al curtido de la piel. Por supuesto que debía participar en las tareas de recolección de vegetales comestibles, de huevos de ñandú y de pigmentos minerales para preparar pintura, tareas estas que eran de exclusiva incumbencia femenina. También se mostró hábil en las cacerías, en las cuales participaba todo el clan, colaborando en la captura o rematando las piezas heridas por los hombres que, arengados por Han en su carácter de líder de la tribu, desarrollaban la estrategia destinada a cercar la manada para finalmente atacarla con bolas, lanzas, arcos y flechas.
El guanaco proveía la mayor cantidad de carne pero también se aprovechaba su cuero, los huesos y hasta los tendones. La carne del ñandú era muy apreciada y también consumían la grasa, los huevos y obtenían materias primas para las artesanías entre las que se destacaban las agujas elaboradas con huesos de las aves.
De los 18 adultos que integraban el clan solo siete eran hombres cazadores. Y de ellos, tres eran demasiado jóvenes e inexpertos si bien ágiles y fornidos. La importancia de Guor como segundo jefe y principal cazador – proveedor resultaba evidente. Han no podía despreciarlo como parecía hacerlo, privilegiando su caridad para con esa chica. O quizás el jefe conocía muy bien el apego de Guor por su cálido lecho junto al fuego, tanto como él sabía que en soledad – si abandonaba el clan – le resultaría casi imposible sobrevivir. En el clan, la unión y la organización estricta de las tareas eran la base de la supervivencia.
- Pareces un viejo esperando la muerte – dijo Nami que se había aproximado sin que Guor, acuclillado y sumergido en sus iracundos pensamientos, lo advirtiera.
Saltó como tocado por el fuego, los ojos echando destellos. – No te acerques y vuelve a tus tareas.
Nami sonrió provocativamente y se sentó desafiante con los pies bajo el trasero. Guor pensó explicarle claramente que él conocía su juego, que no era tonto y advertía que ella perjudicaría el futuro del grupo. Pero cuando enfrentó su mirada socarrona, allí en el fondo de la caverna, el terror se apoderó de su lengua.
Con horror notó que ella se acercaba, se escurría hacia él y por último colocó su mano fláccida sobre su hombro.
- Guor no me quiere, pero a mí me parece muy atractivo.
Trató de alejarse pero los pies no le respondían. Nunca había enfrentado tanto terror, ni siquiera cuando con su lanza atravesó el primer tigre que había cercado con los perros.
El rostro pálido e irregular lo miraba fijamente. Ella no se movió y Guor no tuvo otro remedio que esperar. Había algo en aquella mirada que hacía pensar en la ceguera, pero era la ceguera de los que no saben que no pueden ver. Se sintió extrañamente enfermo. Aquellos ojos vacíos lo escudriñaban.
- A mí nadie me quiere – dijo la muchacha con voz contrariada. ¿Y si tu fueras yo y yo no pudiera soportarte?
- Han te tiene afecto y te protege – masculló él.
- ¡Vaya con él! ¡Es un viejo y tiene mujer! En cambio tu estás solo, eres más joven y apuesto.
Guor dijo sin aliento:
- ¡Deberías avergonzarte! ¡Cómo puedes hablar así de él si le debes la vida! Si descubro una vez más esa actitud, haré que te abandonen en la nieve.
Había una fuerza sorda detrás de su voz, aunque ésta fuera apenas un susurro.
- ¿Tú y quién más?- dijo ella desafiante mientras se paraba elevando su escaso metro cincuenta desde el suelo.
La agarró a ciegas por la delantera de la piel que la cubría, la sacó a rastras de la caverna y la dejó en la galería que a modo de mirador se proyectaba sobre el valle, unos 40 metros más abajo.
Giró y se dirigió a paso vivo hacia Han que discutía con varias mujeres el diseño ornamental que pintaban al dorso de un abrigo de espesa piel de guanaco. Tenía la intención de hacerle ver claramente su disgusto. No dejaría la más mínima duda sobre ese punto. La voz de su padre resonaba imperativamente dentro de su cabeza: - “Idiota”, le decía, “pon las cosas en su sitio. Exige respeto, antes de que te ridiculice todo el grupo”.
Cuando llegó ante el jefe, las mujeres hablaban todas al unísono sin darle oportunidad de expresarse con la privacidad que el caso merecía. Ofuscado, se fue a dormir y tardó mucho tiempo en conciliar el sueño, tanta era su excitación.
A la mañana siguiente, se acercó al fuego donde las mujeres habían dispuesto algunas presas de carne sobre las brasas. El ceño fruncido y la posición de su mandíbula indicaban que estaba de un humor peligroso. Cuando llevaba la intención de mantenerse firme, Guor parecía retroceder y tomar impulso antes de embestir. Han mordisqueaba un trozo de carne.
- Ahora escúchame – empezó, sentándose sobre una piedra que oficiaba de banco-, tengo algo que decirte sobre aquella chica y no tengo intenciones de repetirlo. -Tomó aliento-. No es más que una víbora. Te pone en ridículo a tus espaldas. Tiene la intención de sacarte todo lo que pueda y no significas nada para ella.
Han parecía haber pasado también mala noche. – ¡Termínala! Ella desarrolló muchas habilidades y nos hacen falta mujeres. ¡Se queda!-. Y siguió royendo su desayuno. -Ya sé que para ella soy como su padre, pero no nos sacará más de lo que ella misma aporte al grupo-.
Guor empezó a respirar como si estuviera al borde de un ataque de asma. “Estúpido”, resonaba en su cabeza la voz de su padre, “desafía su liderazgo, no seas cobarde”. Por supuesto que, por ser el principal cazador y segundo jefe del clan, era muy consciente de sus habilidades y destrezas, pero eso no justificaba – se dijo a sí mismo – que enfrentara al líder hasta el punto de provocar su ira.
Se replegó al fondo de la cueva, donde se instalara en señal de protesta. Tan pronto como abandonó la discusión, su padre apareció en su mente. Lo vio en cuclillas, gesticulando airado. “Deja que te pisotee”, le decía, “tú no eres como yo. No eres lo bastante hombre”.
Se puso a estirar el cuero de un gato montés que cazara el día anterior, sujetándolo al suelo con espinas de algarrobo, y poco a poco la imagen desapareció. La chica había causado una perturbación en las profundidades de su ser, en algún lugar que quedaba fuera del alcance de su poder de análisis. Se sentía como si hubiera visto una avalancha de nieve a corta distancia y tuviera la intuición de que iba a embestirlo. No se pudo concentrar en sus tareas hasta pasado el mediodía.
Una aguda sensación de que algo debía hacer y pronto, lo invadió por la tarde. La voz de su padre volvió a resonar en su cabeza apremiándolo a cambiar el rumbo que tomaban las cosas. Sintió que los demonios lo rondaban; esa conocida y desagradable sensación de estar frente a un desastre cercano e inevitable. Estaba seguro de que era la víbora quien los convocaba. Debía actuar y pronto, aunque sea contrariando la ley suprema del clan que prohibía dañar a un semejante.
Había observado que Nami solía tomar un té por las noches, una tisana a base de yuyos que le preparara la vieja shaman de la tribu para que conciliara el sueño cuando su torturada mente la atormentaba. Introdujo las bayas venenosas convenientemente molidas en la bolsita de cuero que contenía la mezcla vegetal de la chica, para que su deceso pareciera natural. Evitaría de este modo la ira de Han y alejaría de sí las sospechas.
- Debes comandar la partida de caza mañana mismo-, le dijo Han por la noche, - nuestras reservas de carne se agotan y no deja de nevar -. Al clarear el día siguiente, el jefe congregó al clan para la cacería y pronunció la arenga ritual referida a la necesidad de procurar alimentos para el grupo, y a la abundancia de presas que los esperaba. Basado en los informes de los exploradores, formuló indicaciones con respecto al lugar propuesto para la cacería y a las estrategias de captura. Hombres, mujeres y niños participaban en esa gran labor colectiva que garantizaba su sustento.
Una descarga de excitación recorrió al grupo. Con voz firme Guor encabezó el grupo de los cazadores que se aproximaría sin ser percibidos a los guanacos y avestruces aprovechando un profundo zanjón. Las mujeres y niños se distribuirían en un arco y empujarían a los desprevenidos animales contra una abrupta pared de piedra que constituía una trampa natural. Han daría, desde su puesto de comando, las precisas señales para que cada uno avanzara en el momento adecuado.
- Que comience la cacería- arengó Han y los cazadores partieron veloces por el zanjón. Ubicadas las mujeres y los niños en la posición adecuada y a la señal de Han, comenzaron a proferir gritos captando la atención de los animales que iniciaron su desplazamiento hacia la rocosa pared. Antes de que el jefe diera a los cazadores la señal de ataque final, un número importante de animales se escabulló por un desfiladero ascendente. Guor hizo señales para comunicar su decisión de dividir su grupo de ataque. Unos seguirían con el plan inicial mientras él con los restantes, treparían la escarpada pared rocosa para cortar la retirada a las presas en fuga.
Todo ocurrió vertiginosamente. Una roca cedió bajo el pié de apoyo de Guor que estaba concentrado en las reacciones del guanaco vigilante, al cual obedecía toda la manada. Su cuerpo cayó al vacío impactando pesadamente contra una providencial saliente que evitó que se despeñara hasta el fondo del barranco, 50 metros más abajo. Un hilo de sangre escapó de su frente y un telón negro cubrió la luminosidad del naciente día.
- No puedo ver-, exclamó angustiado, antes de perder el conocimiento.
Cuando despertó era de noche y percibió que yacía en su lecho del rocoso refugio. Trató de ubicar el resplandor de la fogata central, pero asumió, al no distinguirla, que se habría apagado. El cuerpo le dolía en varias partes por los golpes recibidos.
- No te muevas, has dormido durante seis días y sus noches -. Era la voz aliviada de Nami que a su lado, lo había cuidado con ahínco sin pegar un ojo, desde el incidente.
- Está oscuro, el fuego se apagó-.
- Has perdido la vista, seguramente la recuperarás con el transcurrir de unos días más- lo interrumpió la chica. – Eso dijo la vieja shaman -
Durante varias semanas, la muchacha cuidó del desvalido Guor guiándolo y acompañándolo en los más elementales quehaceres. Escuchaba su desdicha y lamentos por la tragedia que significaba para él, principal cazador del clan, verse reducido a la inutilidad. Pero ella lo admiraba, lo quería en secreto. Quizás el desafortunado accidente sufrido por Guor y la experiencia de sentirse dependiente, le permitiría aspirar a ser considerada por el fornido cazador. Por las noches, Nami no dormía y velaba el sueño exaltado del ciego. Durante el día, cuando alguna de las mujeres la relevaba, dormía algunas horas para no sucumbir por el agotamiento. Los golpes sanaron y los dolores desaparecieron, pero Guor no recuperó la visión.
- Es una carga para el clan -, dijo Kalok. Había asumido la responsabilidad de ser el primer cazador en reemplazo del accidentado. –Pasaron dos meses y no se ha recuperado -. Lanzó una mirada petulante hacia la figura grande y crispada de Guor que parecía un hombre atrapado por fuerzas desconocidas. Siempre lo había envidiado.
- Debemos cuidarlo y protegerlo -, contestó Han ,- los dioses apreciarán que hagamos lo correcto.
- Nami no cumple sus tareas habituales y sólo se ocupa de él -.
- Podremos salir adelante si realizamos esos trabajos entre todos -.
La muchacha escuchaba las discusiones y redoblaba sus cuidados para con el desvalido. Aceptaba su discapacidad y por momentos, agradecía a los espíritus por tenerlo únicamente para ella.
Los restantes sentidos de Guor se habían afinado compensado con mayor agudeza auditiva y un delicado sentido del tacto, la falta de visión. Se excitó terriblemente al escuchar a Kalok. En la oscuridad de su cerebro retumbó la voz de su padre: “Si fueras hombre de verdad, no aceptarías resignado tu inutilidad”. Sintió que los demonios volvían a rondar su cuerpo. No podía tolerar el sufrimiento y la pérdida de motivación que lo invadía.
Lentamente lo invadió la resignación volviéndose cada día más dependiente de la muchacha. Desapareció la aprensión que por ella sintiera. Sus caricias lo reconfortaban y sentía que la necesitaba casi tanto como el aire que respiraba. Los demonios y su padre lo dejaron en paz.
Ella lo estimuló para que comenzara a tallar a partir de las rocas, cuchillos y puntas de lanza y de flechas aprovechando su experiencia previa como cazador y el fino sentido del tacto que había desarrollado.
- Te prestaré mis ojos en la tarea y recolectaré las mejores rocas – verás que las mejores armas del clan surgirán de tus manos.
- En los lechos de los ríos y arroyos hallarás ópalo, granito y obsidiana – razonaba Guor, - son las piedras más trabajables.
Con golpes del martillo de piedra, de los trozos de roca seleccionados, desprendían fragmentos menores despojando al bloque original de la corteza exterior. El descortezamiento facilitaba la obtención de una porción de piedra manuable y apta para sacar fragmentos de dos tipos: las láminas alargadas y las lascas, más cortas. En ambas se podía utilizar el filo natural como cuchillo y con un trabajo más esmerado, Guor fabricaba herramientas adecuadas para cumplir otras funciones además del corte.
Para la confección de puntas de proyectiles seleccionaba fragmentos de roca que conservaban parte de la corteza exterior la que servía de base para hacer una punta. Para ello desprendía de ambas caras pequeños trozos de material a efectos de adelgazarla hasta lograr un trabajo acabado que conducía a la obtención de finas puntas.
No tardó el clan en reconocer el excelente trabajo que la pareja realizaba. Sus productos superaban los obtenidos por los demás.
- Quizás no haya sido abandonado por los espíritus -, argumentaba Kalok – tal vez puedan compensar al clan produciendo las armas para todos nosotros -.
La situación mejoraba y Guor recuperaba confianza transformado en artesano, apuntalado por la energía y la inquebrantable voluntad que aportaba Nami.
Fue al atardecer de un día de intenso trabajo. El cielo estaba cubierto de líneas rojas y mostaza. Discutieron por una trivialidad. Al principio fue un intercambio de opiniones que aumentó de tono lenta, pero constantemente. Ambos perdieron el control y pasaron a la agresión. Nami le clavó sus dedos y uñas en la cara mientras él trataba de aprisionarle los brazos que lo golpeaban como un molinete.
- Jamás cambiarás, solo piensas en ti mismo -. La voz de Nami era chillona, el rostro desencajado y empezó a temblar. - Sé muy bien cuando no se me quiere – continuó con los dientes castañeteando, gimoteando.
Por primera vez desde el accidente, necesitó ingerir el té que le recetara la shaman para poder conciliar el sueño. El nerviosismo era tanto que su enjuto cuerpo padecía convulsiones. Lentamente la ganó un sopor reparador. Ya no despertó.
Al amanecer, Guor percibió que algo andaba mal. El cuerpo rígido y frío de Nami yacía en el lecho contigüo. Sintió vértigos. Sus manos tantearon el suelo circundante hasta dar con el recipiente que había contenido la tisana envenenada y una oleada de espanto lo inmovilizó. Lo había olvidado por completo, ocluida su infamia por la autocompasión de su propia desgracia.
Descubrió que había quedado realmente solo, discapacitado e indefenso. Que el clan lo consideraría una carga inadmisible. La voz de su padre comenzó a atormentarlo nuevamente con indignación “¡Imbécil! ¡Mataste a la única persona que se ocupaba de tu miserable existencia!”
El clan deliberó por la tarde, después de sepultar el cuerpo de la muchacha. La shaman manifestó sin dudar que el ex cazador había sido marcado por los espíritus y nada bueno podría provenir ya de él. Que su presencia sería perjudicial para el grupo. La muerte de Nami era clara evidencia. Su opinión, sumada al respeto y temor que generaba en el grupo, volcó la decisión final. Han intentó defenderlo pero pronto percibió la inutilidad de su esfuerzo.
El día siguiente fue elegido por Han para trasladarse desde el refugio rocoso de invernada hacia sitios más altos. La primavera avanzaba y las manadas de guanacos se desplazaban hacia las zonas de veranada. Tras ellos, el clan buscaría nuevos paradores cercanos a las zonas de pastoreo que contaran con agua, leña y adecuada protección.
La marcha resultó dificultosa para Guor. Tropezaba y trastabillaba con frecuencia. Dos veces habría caído al vacío si no hubiera estado atado a una soga de seguridad que lo unía a Han.
Caminaron todo el día y al atardecer, el fresco aire, las hojas y ramas secas que pisaba y el olor húmedo característico de los árboles, le dijeron que habían ingresado al bosque. El jefe propuso un alto para recomponer las fuerzas.
Se quedó dormido sobre el suave colchón de la hojarasca. Cuando despertó sentía frío y el dolor del cuerpo entumecido le permitió deducir que había descansado varias horas en la misma posición. Posiblemente era de noche. El profundo silencio reinante le taladró los oídos. ¿Dónde estaban los demás? Tironeó de la soga de seguridad que llevaba anudada a la cintura. En su extremo descubrió la rugosa corteza de un añoso árbol.
Estaba solo en el bosque, condenado por su clan. El rugido de una fiera lo hizo tomar conciencia de que su tiempo terminaba. Los dioses lo habían abandonado.
jueves, 1 de julio de 2010
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